Es director y productor de cine y televisión. Entre sus trabajos más importantes figuran los documentales realizados para Caracol Televisión como: Buenaventura, no me dejes más (2014), Colombia en el espejo (2014) y Los tiempos de Pablo Escobar (2012). Su experiencia en contenidos ficcionados es igualmente amplia, en televisión participó como productor general y director de varios capítulos de Los hombres también lloran (2014) y Los caballeros las prefieren brutas (2010- 2011). Entre sus películas se destacan Bluff (2007) donde fue productor general y director de fotografía, Sanandresito (2012) y Antes del fuego (2015), cintas en las que fue el productor general. Su trabajo ha recibido premios y nominaciones en festivales como el de Cannes, Cartagena, Nueva York, Fiap, Promaz e Inti, así como el Premio del Ojo de Iberoamérica.
¿Cómo surgió la idea de “El sendero de la anaconda”?
Gonzalo Córdoba, presidente de Caracol Televisión, reunió hace cuatro años a Wade Davis, Martín von Hildebrand y Héctor Abad Faciolince. Wade comenzó a contarnos historias de toda esa región en la que estuvo por casi 12 años su maestro, el botánico de la Universidad de Harvard Richard Evan Schultes. Lo mismo hizo Martín, quien lleva más de 40 años metido ahí trabajando con las comunidades indígenas. Al oír todo eso quedamos con ganas de hacer una película que tuviera que ver con esos personajes. La idea se quedó dormida hasta que nos reencontramos con la exdirectora de Colciencias Yaneth Giha, quien nos contó de las expediciones Colombia Bio, que estaban haciendo después del proceso de paz para documentar la riqueza biológica de territorios a los que antes los científicos no tenían acceso. Caracol decidió invertir en este documental, que de alguna manera es la última pieza de la colección “Colombia Bio”, aunque no sigue los mismos parámetros del resto de documentales que ellos hicieron.
Entre tantas posibles historias entrecruzadas, ¿cómo decidió la de “El sendero de la anaconda”?
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Al principio no era tan claro. Hicimos un viaje de exploración en diciembre de 2017 para hablar y pedir permiso a las comunidades. Ahí me di una idea más clara de los lugares en los que podíamos grabar y cómo vivían las comunidades. Lo que vimos ahí fue que había muchas historias que contar y todas valían la pena. Concluí que lo mejor era no especializarse, sino contar algo de la vida de Wade, de la vida de Martín, de la vida de los indígenas, y lo que intentan hacer todos juntos, que es “El sendero de la anaconda”, un corredor ecológico que va desde los Andes hasta el Atlántico, atravesando todo el norte del Amazonas. Un mes más tarde, en enero de 2018, emprendimos ese recorrido por los lugares que antes visitó Richard Evan Schultes junto a Wade y Martín.
¿Fue difícil meterse a la selva por más de un mes a grabar este documental?
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Uno se imagina que la selva va a ser dura y agresiva. Pero no encontramos eso. No le digo que cómoda, porque no es la palabra para los estándares occidentales. Pero fue amable en el sentido en que uno camina y camina, y el aire está tan limpio y la comida es tan sana que uno aguanta y no se enferma. A medida que uno se aleja de la ciudad y se interna en la selva cree que las condiciones van a empeorar, la cosa se va volviendo más exótica y en principio uno pensaría que será más difícil. Pero luego uno se da cuenta que no. Basta dormir bien en una hamaca para saber que no es así.
¿Cómo fueron la planeación y el viaje?
Decidimos no llevar nada de comida, solo el equipo de filmación, una pequeña planta eléctrica, porque todo funciona con baterías. También que todos viajaríamos en las mismas condiciones. Cada uno con su bolsa de dormir, su hamaca y su cantimplora. No llevamos ni siquiera agua, porque la de allá está perfecta. Lo único que había que llevar era gasolina. Esa es la moneda allá. La gasolina es oro. Las lanchas largas iban llenas de gasolina y nuestro equipo. Éramos un grupo de 12 personas. Obviamente en cada sitio conseguimos gente que nos ayudaba a movernos y nos guiaban. Viajamos por tierra desde Bogotá hasta San José del Guaviare. De ahí en adelante en lanchas y a pie.
¿Qué tal la experiencia de viajar en uno de esos aviones DC3?
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En el momento en que uno se aleja de la ciudad en un DC3 se siente como en un viaje a la Luna. Cambian el paisaje y la manera como uno lo ve. El DC3 es un avión espectacular que lo lleva a uno muy lento y volando bajo, lo que permite apreciar el paisaje.
Sorprende al principio escuchar a Wade Davis narrando el documental en inglés. ¿Por qué tomaron esa decisión?
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Esa era una pregunta muy importante: ¿quién va a narrar esta película? No sabíamos si Martín, alguno de los indígenas o Wade. Pero muy pronto nos percatamos de que Wade, con su capacidad narrativa, era de lejos el mejor para contar todo ese mundo. Tenía la desventaja de que habla un español bueno, pero no tan bueno para ser narrador. Así que decidimos que lo hiciera en inglés. Son decisiones que no son fáciles. Cuando uno está haciendo una película sobre Colombia quisiera que fuera en español. Pero la capacidad de él para llegar a un sitio y describir lo que ve es increíble.
Hay muchas tomas con drones que logran atrapar la inmensidad de la selva. ¿Cómo les fue pilotando drones en medio de esas condiciones?
Estuve filmando en la selva hace muchos años y me di cuenta de que la selva no se veía. En ese momento nos inventábamos la manera de subirnos a algo, por ejemplo a un árbol, para grabar. Lo cierto es que una vez uno está dentro de la selva ya no ve esa inmensidad. Era indispensable llevar un dron. Ese dron nos acompañó todo el viaje y en el último día se perdió. Se perdió en Chiribiquete. El que vaya a Chiribiquete encontrará un dron.
¿Cuál cree que fue el mayor reto de grabar este documental?
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Desde el punto de vista de filmación las cosas funcionaron muy bien, pero siento que tuvimos una dificultad narrativa enorme por contener a la gente que hablaba en la filmación. Cada uno quería contar su historia, pero no cabían todas en la narración. Hay demasiadas historias, han pasado muchas cosas en este territorio. Un evento como la cauchería fue una locura. O la evangelización. Tratamos de ser un poco parcos en esas historias y dar más importancia a lo que contaba Wade sobre su vida, al trabajo de Martín y el pensamiento de los líderes indígenas. Esta es una película descriptiva contada por Wade. El que no ha estado en la selva va a darse cuenta cómo es la selva.
¿Qué diferencia este documental de otros sobre el Amazonas?
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Lograr mostrar ese mundo con las personas que lo habitan o lo han visitado es lo que me parece interesante. Muchos documentales hablan de la naturaleza, pero no de las personas. Les pasa lo que pasó con la Expedición Botánica, que nos mostró unos dibujos lindísimos y documentó la naturaleza, pero desaparecieron los humanos. Siento que eso les ha pasado mucho a los exploradores y a los documentalistas. Van y muestran cómo son de lindas las plantas o los animales, pero no cuentan quién pasó por ahí.
¿Qué efecto espera que tenga el documental en la audiencia?
Hay una cosa que me inquieta de Colombia, y es por qué no estamos más orgullosos de lo que tenemos. La colombianidad está por lo general basada en unas chambonadas, nos llamamos “recursivos”, pero no en nuestra riqueza ecológica. Pienso en Costa Rica. Es increíble que tengan ese relato nacional en torno a la naturaleza y nosotros no. Estuve una vez allá, pero todo me pareció incomparable con lo que tiene Colombia. Me decían vamos a cruzar tal río y a mí me parecía una quebrada. Ríos los de acá. En la película no se habla de eso, pero está ahí en el alma del documental. Creo que en mis documentales siempre muestro algo de Colombia que sí funciona. Muestran que hay otra manera de ser colombiano. Esperamos que también sirva para que las comunidades indígenas se sientan orgullosas de sus culturas y lo que han hecho por guardar este territorio. Que cuando se vean en la pantalla vean que nosotros los admiramos y agradecemos lo que han hecho.
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