“No quiero estar en esa habitación”Valentina mira las cuatro paredes que la rodean, justo antes de salir a competencia, y su respiración se agita.En aquel entonces tenía apenas 19 años y ya estaba viviendo su primera final mundial individual en su disciplina: el tiro con arco recurvo. Es un evento sin precedentes, pues ningún colombiano había llegado tan lejos en este deporte olímpico.Era una sensación contradictoria y sobre todo confusa, en la mañana y la tarde del domingo 25 de agosto de 2019 había estado muy tranquila. A las siete de la noche, atrapada en aquella habitación esperando las indicaciones para salir, la joven era un manojo de nervios.En esa caja de 3 metros por 3 metros donde la tenían encerrada no había aire acondicionado, en pleno verano en Madrid. La presión de que aquella final iba a ser vista por muchas personas se hacía casi insostenible.¿Y si fracasa? ¿Y si pierde y se le olvida cómo disparar? ¿Y si no le atina ni una sola flecha a la diana y bota todo al carajo?La presión crecía y crecía, al igual que el miedo, y en un breve momento ella sintió que le faltaba el aire.¡Perfecto!Como si nada pudiese ser peor, llegaron las náuseas.La joven no aguantó más y tuvo que pedir ayuda para que alguien la sacara del hueco oscuro al que había caído por culpa del estrés y la ansiedad de competir.“Vive una vida que recordarás”Valentina Acosta Giraldo nació en Pereira el 19 de abril del 2000.Es alegre, espontánea, vanidosa, musical, supersticiosa y multicolor. Puede estar en todo al mismo tiempo o en nada y es una de las grandes promesas de la Word Archery Colombia.Se inició en el mundo del tiro con arco a los 15 años por el libro de Suzanne Collins, ‘Los Juegos del Hambre’, probablemente soñó con ser una especie de Katniss Everdeen colombiana. Empezó lanzando flechas en un potrero gracias al apoyo absoluto de sus padres, luego esta disciplina la atrapó por completo, como si fuera un asunto del destino.Cabe aclarar que el tiro con arco es una práctica milenaria.Investigadores señalan que tuvo su origen entre finales del Paleolítico y principios del Mesolítico. En Europa hay evidencia del uso del tiro con arco alrededor de unos 10.000 años antes de Cristo; en Asia y Oriente Medio, los hallazgos arqueológicos sugieren que el tiro con arco se originó antes.De la caza y el combate pasamos a los tiempos modernos y ahora se practica como una actividad recreativa y como un deporte de alto rendimiento.El tiro con arco con diana es el formato más reconocido y tiene dos estilos: recurvo y compuesto, siendo el tiro con arco recurvo la modalidad olímpica.Se llama tiro con arco recurvo porque los extremos del arco, conocidos como palas, tienen una doble curva, en forma de S, lo que suaviza su disparo e incrementa su fuerza.Valentina, que lleva siete años practicándolo, se ha convertido en una figura a tener en cuenta y se ha robado la atención de los fanáticos y los aplausos de los conocedores del tema.De integrar la Selección Colombia Juvenil en 2018 y ser campeona panamericana juvenil, en poco tiempo, pasó a hacer parte de la Selección Colombia de mayores y ya ha disputado múltiples competencias internacionales y está en la primera fila para hacer su debut en la fase clasificatoria del arco recuro individual en los Juegos Olímpicos de Tokio, el viernes 23 de julio a las 9:00 a.m. hora local.Ahora lidia con los intensos entrenamientos de una deportista en la antesala de unos Olímpicos, que pueden durar más de 8 horas y exigirle lanzar más de 200 flechas al día; trata de llevar con fortaleza el hecho de estar separada de su familia que está en Pereira, pues durante largos meses entrenó con la Selección Colombia en Medellín y ahora lo hace en Japón como una de los primeros colombianos que llegaron a las tierras del sol naciente para participar en el evento más importante de su disciplina. Esquiva los truenos que la envidia le puede lanzar al tener un éxito tan precoz y aunque a veces pareciera que se va a desmoronar, siempre halla una manera de despresurizarse.Valentina sabe que hay vida más allá del deporte y entiende que el precio del triunfo se debe pagar con responsabilidad.Aunque ha llegado a preguntarse si tomó la decisión correcta al dedicarle su vida entera al deporte, ha podido encontrar un alivio y un desfogue en la música, la moda, el arte y las redes sociales, pues la joven deportista suma más de 169 mil seguidores (a corte del 16 de julio) en Instagram, ni siquiera la cuenta de la World Archery, la federación mundial de tiro con arco, suma esa cantidad.Ella no es el prototipo de la deportista obsesiva y monotemática; es versátil y ama la música electrónica, sobre todo el hardstyle y el dubstep; no le da miedo cambiar su look, por eso ha pintado su cabello de amarillo, azul, rosa, rojo y negro; ama los tatuajes y el arte; un día puede soñar con ser diseñadora de modas y al otro día, artista plástica.Su vida parece una flecha lanzada al aire y ella no quiere que esta se esfume sin haber impactado en la diana en el número 10, sin haber vivido una vida para recordar.Quiere tener historias tan grandes para contar como el recuerdo de aquel Campeonato Mundial Juvenil en España.“Hasta que se lance la última flecha”Valentina salió un poco trémula a la pista de tiro que había sido acondicionada en la Plaza de Oriente, vecina al Palacio de Real en Madrid.Frente a sus ojos, a 70 metros de distancia, estaba la diana. Su rival era la mexicana Ana Paula Vázquez, era la primera vez que dos latinoamericanas se enfrentaban en una final mundialista de tiro con arco recurvo.El miedo de la antesala, en la habitación donde reúnen a los equipos antes de la competencia, había pasado. Valentina salió por la gloria y toda la ansiedad a cuestas se evaporó.¿Pero cómo ocurrió esto?A los expertos en tiro con arco se les dice toxofilitas, que traduce del griego antiguo: ‘amantes del arco’. Pues bien, con maestría se paró con la cadera y los hombros perpendiculares a la línea de tiro, con la cara rotada hacia el blanco, sostuvo la respiración y disparó: su flecha viajó a cerca de 240 kilómetros por hora (la velocidad que se alcanza en el tiro con arco recurvo, según Soar Valley Archers) y dio en un perfecto 10.Después de ver ese puntaje, el miedo salió corriendo y llegó la confianza.Envalentonada, Valentina cerró el encuentro en tres sets (29-25, 27-26 y 29-26) y se coronó campeona mundial juvenil de tiro con arco.Al final de aquella jornada entendió que tras el disparo viene la sonrisa y descifró su propio manual de cómo vencer el miedo. Ella no nació para ser su propia pesa que se hunde en el fondo del océano, al contrario, nació para romper el aire a toda velocidad con su alegría y talento, que se supieron vestir de oro.Ojalá la fórmula se repita en los Juegos Olímpicos.Por: Felipe Laverde Salamanca
De donde los árboles caminan, Bernardo Baloyes Navas, el hombre más veloz de ColombiaUn 12 de diciembre de 2019 Bernardo Baloyes Navas regresó a Isla Fuerte para recorrer sus pasos entre los contrastes que ofrece el lugar donde nació. Entre la pobreza y la desolación del centro de la isla, hacia las hermosas playas que la rodean.En este recorrido lo acompañan familiares, amigos y algunos niños descalzos, con la cara sucia e inquietos, quienes reflejan lo que él algún día fue. Ahora, esos mismos niños que van detrás suyo, lo miran como un ejemplo y con admiración, además, tienen el coraje de retarlo a apostar una carrera sobre la arena caliente y con el mar de testigo, o a que hagan unos pasos de champeta juntos.Mientras ‘Boca Pai’- como es su apodo entre los nativos- camina tranquilo y en las puntas de los pies por los caminos de pantano de la isla, no deja de ser ese mismo joven que por allí montó en burro, persiguió gallinas y cazó iguanas. La diferencia es que ahora lleva cadenas de oro sobre su pecho para combatir la envidia que lo asecha fuera de su isla, como él lo dice.Varios años después, Baloyes regresa a su tierra natal lleno de medallas, triunfos, sueños más ambiciosos y con otra mirada del mundo.Las raíces de Bernardo BaloyesPero ni el oro ha hecho que Bernardo olvide de dónde viene, que esas gallinas y esas iguanas fueron las que le dieron agilidad y velocidad en sus piernas para competir, pues era todo un profesional en el asunto. Ni él, ni quienes lo vieron crecer, dejan en el tintero sus travesuras, porque todos coinciden en lo mismo: siempre fue “insoportable”.A Baloyes la arena caliente le dio la fuerza de sus pies, las olas del mar le dieron la resistencia, la pesca la dio la paciencia y el corazón de oro se lo dio crecer entre gente luchadora para salir adelante. Fueron estos elementos los que le enseñaron a correr tan rápido para ganarle la carrera al hambre, a la pobreza, al abandono y a la falta de oportunidades y, sobre todo, a ser un ídolo de las nuevas generaciones de su isla.Aunque siempre tuvo en mente ser un futbolista, la historia de su vida no está alejada de lo que significa el atletismo, pues este proviene de la palabra griega "atletes", que se define como «aquella persona que compite en una prueba determinada por un premio», así mismo como Bernardo ha competido por ganar mucho más que una medalla como recompensa, ha sido por lograr salir de una isla con paisajes hermosos y a la vez desesperanzadores, los cuales son el reflejo de la pobreza en Colombia.Hablando de aquella palabra griega -que podría ser una analogía de la vida de Bernardo-, también se relaciona con el vocablo “aletos”, el cual es sinónimo de «esfuerzo», ese mismo que ha hecho Baloyes para superar las necesidades y llegar a la meta, aun cuando la vida le decía que no, pero su mente terca e incansable siempre le decía que sí.A este atleta la vida y el destino alguna vez le negaron un plato de comida, unos buenos zapatos o un par de pasajes para llegar al entreno, no obstante, sus piernas se lo han recuperado todo y con cada zancada, cada carrera y cada podio escalado ha demostrado que el que trabaja duro tiene derecho a soñar y a sentirse realizado.“La vida me daba muchos golpes y me tiraba al abandono, pero mi papá me decía que todo el que lucha y sufre tiene derecho al éxito y eso es lo que me está pasando”, expresó el atleta con una mirada al pasado cargada de orgullo por ver lo que hoy ha logrado.No importa que Bernardo haya sido seleccionado para representar a Colombia en los Juegos Olímpicos de Tokio o que le haya ganado en la pista a su ídolo, Yohan Blake; él no olvida que en esa cancha de tierra con maleza y desnivelada de Isla Fuerte fue en donde dio sus primeras zancadas, demostró su potencial como atleta y empezó la difícil, pero gratificante carrera de su vida, esa que ahora tiene más que ganada a punta de sudor y esfuerzos, porque si algo tiene claro Baloyes es que, así como en el atletismo, en la vida también se pierde y se gana.En sus tiempos libres, Bernardo baila champeta, hace mezclas de sonidos en su equipo llamado ‘Puro Pan Music’, cocina exquisiteces típicas del mar Caribe porque es chef profesional, sin embargo, su pasión está en correr y llenar de alegrías a su familia, a su isla y a un país entero con todo lo que pueden hacer sus fuertes piernas, demostrando la potencia que tiene como atleta y como ser humano con un corazón de oro.Los que conocen a ‘Boca Pai’ saben que nunca deja de repetir, casi como una muletilla, “The Best”, porque nunca se le olvida que es el mejor, se lo cree, lo aplica y se le hace realidad.El hombre más veloz de Colombia aprendió a correr allí, en donde hasta los árboles caminan. Tal y como este ejemplar de la familia Moraceae, del género Ficus, con sus bejucos hasta el suelo y su eterno caminar vegetal; Baloyes también extiende las raíces de todo un país por las pistas de atletismo alrededor mundo cruzando metas de manera fugaz.Bernardo en la vida se ha forjado tan fuerte como el oro, ese mismo que es su sueño que, luego de aplazarse por la pandemia, ahora está a puertas de cumplir en los Juegos Olímpicos de Tokio y con el que seguramente nos hará vibrar de felicidad y de orgullo a los colombianos.Bernardo es la carta fuerte del atletismo nacional y su turno para dejarlo todo en la pista de los 200 metros planos en Tokio será el 3 de agosto en el estadio Olímpico, entre las 9:00 a.m. y las 12:35 p.m., hora japonesa. Es decir, entre las 7:00 y las 10:35 de la noche del día anterior, 2 de agosto, en Colombia.Por: Juliana Moreno Villegas
Esteban Mejía, de saltar andenes a romper el récord mundial de Peter SaganSon las cuatro de la tarde en Filandia, Quindío; cae el sol, cesa la lluvia y ahora se posa sobre la cordillera un arcoíris que acompaña de fondo los relatos, las lágrimas, la nostalgia, los chistes, las muecas y las sonrisas de un joven que hizo historia mundial en el ciclismo, y que hoy está sentado en un Jeep Willys rojo típico cargado de bultos de café para dar una mirada atrás y ver cómo con 12 años superó al legendario ciclista Peter Sagan.Un ciclista hecho a punta café, chuleta de pollo, mente fuerte, piernas de acero y corazón de oroDe quien dicen, sin saber caminar bien a los dos años, ya pedaleaba duro en su triciclo. De quien dicen, sacaba de quicio a sus vecinas por saltar de andén en andén en su bicicleta. ¿Quién es ese que más que una bicicleta de muchos millones de pesos solo necesita degustarse con su platillo favorito, montar sin calzoncillos y mentalizarse de todo lo que puede lograr para subir el Alto de Letras pedaleando o romper tres récords mundiales?En un país en donde los ciclistas están acostumbrados a escalar montañas a punta de panela, banano y bocadillo; este joven rompe la tradición y solo necesita como fuente de motivación un trozo de milanesa, o como lo dice su papá: “a ese muchacho dele una chuleta de pollo y le sube pedaleando hasta donde quiera”.Si usted lo ve por ahí caminando tan tranquilo no creería que se trata de él, pero si lo ve subiendo una loma en bicicleta como si tuviera alas, no dudaría de que ese es Esteban Mejía Morales, la promesa del ciclismo en Colombia que, con tan solo 12 años, le quitó el récord a Peter Sagan, quien impuso su propia marca en 1999 y desde eso nadie lo había bajado de ella.38,668 fueron los números, o más bien, kilómetros, con los que este pedalista cambió la historia de su vida y la de su país desde el velódromo del Centro de Formación y Entrenamiento Deportivo de Cochabamba, Bolivia.Los sueños y la esencia de EstebanCuando era niño soñaba con ser bombero, policía o con tener una finca para adoptar a los perros callejeros. Su papá quería que fuera arquero, pero algo no estaba bien cuando salía de su casa con uniforme y guayos saltando en bicicleta. Esteban nació para ganar pedaleando.Esteban le ha hecho honor a su nombre: significa victorioso.Él es sereno, un poco tímido al principio y muy divertido al final. Es delgado y alto, tiene cuerpo de un joven de 14 años, pero piernas fornidas de un deportista de 25. Y ni hablar de su corazón y su humildad, eso sí es de otro mundo y no tienen edad, solo tienen calidad. Ha sido terco, pues cuando le dijeron que no podía hacer más de 37 kilómetros en 60 minutos, él se negó a creer eso y demostró lo contrario con su fuerte y constante pedaleo.Aunque es muy joven, apuesto y de mirada coqueta; ese amor de la adolescencia que todos suelen tener, él solo lo tiene para su bicicleta, para la única que tiene ojos y es su novia, pues es a la que ama, admira, cuida y la que lo hace ‘tapetear’.“No es la flecha, sino el indio”Este joven ciclista oriundo de la Colina Iluminada del Quindío no puede negar que se siente amenazado y con temor cuando sus contrincantes se ven más grandes y sus bicicletas brillan por los millones que valen. Sin embargo, Esteban resplandece por su disciplina, por su constancia y, kilómetro a kilómetro, carrera a carrera y pedalazo a pedalazo demuestra una vez más que no importa en qué esté montando, el trae un talento innato, una mentalidad fuerte y unas piernas resistentes que, ni el marco más caro o las ruedas más finas compitiendo en su contra, le podrán echar polvo.En las competencias sus piernas las siente echando candela, pero él sabe que son indestructibles.“Uno para ser el mejor no debe tener la bicicleta más cara, son las piernas y la mentalidad que uno le meta y esa es la frase que yo llevo acá”, dice Mejía con seguridad y entre lágrimas de satisfacción mientras se señala con su dedo índice la sien.Aunque no se pueden negar las habilidades que tiene Esteban para dominar la bicicleta, también ha contado con suerte en el camino, o más bien, como su familia lo cuenta, se ha topado siempre con “ángeles” y “milagros”.Molly y Robert son un ejemplo de ello, pues este par de norteamericanos se aparecieron en la vida de este ciclista con unas llantas de alta gama que le dieron un impulso para lograr el récord en Bolivía.Otra vez, cuando la felicidad invadía a Jhon Mejía por haber visto a su hijo campeón en Cali, pasó por alto amarrar bien la única bicicleta que tenían al carro y, regresando de la competencia, la botaron en la mitad de la carretera, pero gracias a un amigo lograron recuperarla y Esteban pudo continuar con sus entrenamientos. Ahora, lo recuerdan entre risas y no se pueden ni imaginar lo terrible que hubiese sido perder su bien más preciado.Por supuesto, la familia de Mejía no puede dejar en el tintero una de las anécdotas que hoy les hace derramar lágrimas, pues cuando el ciclista logró un récord de Quimbaya a Filandia y lo estaban recibiendo con bombos y platillos en el parque principal de su municipio, un anciano humilde se acercó para regalarle un lapicero acompañado de emotivas palabras:“Campeón, vea le regalo este lapicero para que firme su primer autográfo. Yo ya estoy muy viejito y puede que no lo vea triunfar, pero a mí me van a llegar las noticias al cielo de que el niño que hizo un récord de Quimbaya a Filandia es un campeón del mundo”, son las palabras que recuerdan Esteban y su familia de lo que para ellos fue un “ángel”.¡Duro, Esteban, vamos, vamos!Esteban y su familia han pedaleado tan duro en las carreras como en la vida, pues a pesar de que no les ha tocado fácil y no han sido privilegiados económicamente, son conscientes de que los logros de su ciclista estrella valen el doble porque han sido luchados y sudados a punta de venta de lechonas, boletas, rifas, los manicure de su mamá y las rutas de bus de su papá; sin hablar de los gritos de aliento de sus hermanos menores que apenas aprenden a hablar, pero saben gritar fuerte y claro “duro Esteban, duro Esteban”. Subirse a los podios y levantar trofeos ha sido trabajo de una familia y una comunidad entera.“El ciclismo es un deporte de ricos que nos gusta a los pobres”, asegura Jhon Mejía, el papá de la promesa del ciclismo en Colombia, quien se ha partido el lomo por ver a su hijo triunfar.De saltar andenes a ser triple récord mundial: “se siente bacano, se siente una elegancia”A Esteban solo le falta terminar de creerse el cuento. Todavía recuerda cuando casi nadie lo conocía y solo pensaban que “montaba bien y tenía estilo”. Hoy se sorprende y se siente en un sueño cuando su nombre ya retumba en un país entero y lo reconocen por el niño que le tumbó el récord a Peter Sagan.Ahora, el arcoíris ya se escondió y él sigue sentado en ese mismo Jeep Willys rojo, pero con el atardecer de fondo y, a pocos meses de ese 9 octubre de 2019, día en que esos 38,668 kilómetros cambiaron su historia, la de su departamento y la de su país; Esteban cierra los ojos, se concentra, viaja al futuro y se visualiza en un equipo profesional, corriendo una Vuelta a Colombia y estando en las grandes ligas de Europa.Eso sí, después de ganar muchas carreras, subir podios, abrir botellas de champaña, recibir besos de bellas modelos, superar récords y sin importar si está en Europa o en cualquier parte del mundo; esta joven promesa nunca dejará de representar a su gente, esa que siempre creyó en él, que le compró una lechona para que recogiera fondos y pudiera viajar a competir o le dio un grito de aliento.Porque Esteban Mejía siempre será de Filandia para el Quindío, del Quindío para Colombia y de Colombia para el mundo.Actualmente, Esteban hace parte del semillero Talentos Colombia, su equipo es Jóvenes Ciclistas de Medellín y su entrenador es Pablo Pulido. Hasta el momento, no ha parado de cosechar logros y ha ganado importantes competencias realizadas en diferentes lugares del país. Además, se sigue preparando para la Vuelta al Futuro en Noviembre y otros eventos próximos muy importantes para su carrera ciclística.Por: Juliana Moreno Villegas
La libertadEl día luce esplendoroso, no hay una sola nube y un azul brillante ilumina todo el campo.Ella se levantó temprano porque sabe que no hay nada que la haga más feliz que montarse en su bicicleta. Se puso su uniforme, del mismo color del cielo, y en un parpadeo emprendió camino por la ruta municipal que conecta a Cucaita con Samacá, en Boyacá.En ese momento del día, en ese lapso de tiempo que dura el entrenamiento diario, es solo ella y la carretera. No hay miedos, no hay dolores ni preocupaciones. Allí en el asfalto, siente que la libertad la empuja a pedalear con más fuerza, que la vista de los sembrados de cebolla y papa son el mejor paisaje y que la caricia de la brisa fría es capaz de espantar cualquier rastro de pereza.La campeona ama esa rutina, por eso la cumple con rigurosidad sagrada. Tal vez no se detiene a pensarlo, pero ella nació para ser ciclista.Cuando era niña se montaba en la bicicleta estática que estaba en la casa de su abuela, cerraba los ojos y levantaba los brazos, como si cruzara la meta. Podía escuchar los vítores y los aplausos del público y el jadeo lejano de las competidoras que había dejado atrás para alzarse como la mejor del mundo en otro lugar muy distinto a Colombia.Parece sacado de un comercial de alguna bebida deportiva, pero ese anhelo infantil de una pequeña que iba hasta a donde su abuela a soñar, se cumplió en las grandes competencias mundiales de su disciplina.El miedoEse recuerdo en particular es muy difuso, como cuando uno tiene una pesadilla y al otro día no recuerda muy bien los detalles, pero sí el miedo.El cielo estaba muy gris, parecía que era uno de esos días en los que la noche iba a caer rápido. Para completar, empezó a llover y ella tenía que volver a donde sus abuelos en Duitama.Llevaba tan solo una semana y media estudiando Microbiotecnología en el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA. Su medio de transporte no podía ser otro más que la cicla, estaba a puertas de convertirse en una deportista élite del departamento.El mal clima no la podía detener, por eso tomó rumbo hacia su vivienda, pero un choque del destino la impactó como un trueno y le cambió los planes en 180 grados. Aquella noche del 23 de abril de 2014, con 18 años, nuestra promesa del ciclismo vivió el peor día de su vida: un grave accidente de tránsito se interpuso en su camino y le arrebató una pierna.Pero no vale la pena entrar en los detalles de aquel pavoroso episodio, solo en uno: a ella ningún obstáculo la había detenido y ese no iba a ser el primero.Era el tiempo de no aflojar la consigna familiar: “Había que echar para adelante y nunca mirar para atrás”.La esperanzaAhora hay muchos motivos para sonreír, a la campeona la ruta de la tragedia la llevó a la meta de la gloria.Vive con su familia en la vereda Chipacatá, en Cucaita.Tienen una casita de campo que parece una pintura con uno de esos paisajes de fondo que dejan sin aliento. Cuando uno se asoma por la mañana, puede ver los primeros rayos del sol del amanecer que son cortados por las montañas. Es una vista imponente que invita a no perder la fe.Así, con esa misma fe matutina, fue que ella logró aguantar más de cinco meses postrada en una cama, más la dura recuperación. Con la fortaleza que le regaló la convicción de creer en Dios fue que se pudo levantar y volver a montar en bicicleta.Daniela Carolina Munevar Flórez, hija de Orlando y María del Rosario, la segunda hija de cuatro hermanos: Sandra Patricia, Carlos Andrés y Diana Marcela, logró convertirse en la única y dos veces campeona mundial que tiene Colombia en la modalidad de contrarreloj individual en paracycling, en Sudáfrica 2017 y Portugal 2021. Esto gracias a su voluntad indoblegable, al amor de su familia y al apoyo incondicional de los entrenadores Lino Casas y José Castro.Desde 2015 y hasta la fecha, ella es la mejor ciclista paralímpica en la historia de Colombia y ha competido en pista y ruta en la especialidad paracycling C2. En 2016, 2017, 2018 y 2019 fue campeona nacional en múltiples modalidades como pista, ruta y contrarreloj individual y ha alcanzado, al menos, 30 medallas en competencias mundiales, continentales y nacionales; el coliseo de Cucaita lleva grabado con letras de oro su nombre completo y tuvo una notable participación en los Juegos Paralímpicos de Río 2016.Ni siquiera el parón mundial de la pandemia la detuvo, el pasado 10 de junio de 2021 en el Campeonato Mundial de Ruta en Cascais, Portugal, el primero de su tipo después de más de un año de inactividad, Carolina, con la convicción de toda la vida, volvió a cruzar la meta y a levantar los brazos para honrar al país con una presea dorada más.Ahora la mirada está puesta en Tokio, pues será una de las representantes de Colombia en los Juegos Paralímpicos, que empezarán el 24 de agosto e irán hasta el 5 de septiembre.Nada de esto la desvela ni le roba la sencillez y la modestia, su único anhelo es montarse en su bicicleta y andar en el clima que sea, en el lugar del mundo que sea, contra todo miedo u obstáculo, sin mirar al pasado y con la vista al frente. Siempre libre. Derrumbando prejuicios y construyendo nuevos sueños, contrarreloj, en pista o ruta, lo verdaderamente importante para Carolina Munevar Flórez es poder pedalear bajo cualquier cielo.Por: Felipe Laverde Salamanca