La menor y primera voz de Las hermanitas Calle es un centro de atracción ambulante y un viento huracanado en el escenario; y no sólo por su belleza -que la tiene y mucho-: sobre todo por su talento y su sentido del humor.
Hablamos de una mujer expresiva y querendona, "entrona" y avispada, que sabe ganarse el aprecio de los demás y que en su hablar cotidiano remacha con gracia y energía todas las palabras de grueso calibre, porque hijueputazos y malparidazos le sirven por igual a la hora de expresar rabia, alegría, emoción y cariño.
Si de Nelly Calle dependiera, todos los días armaría fiestas. Con la plata es "volador hecho, volador quemado". La mitad se le va regalándole a todo el que le pide y el resto lo invierte en su vanidad y en sus gustos, que no son pocos ni son baratos. Nelly, instalada en su trono de reina de la guascarrilera, gasta millonadas en joyas, bolsos y zapatos que son, después de la música, sus grandes pasiones.
El manejo que Nelly le da a la plata es motivo de constante enfrentamiento con Fabiola, que intenta hasta donde puede ser su freno de mano y su polo a tierra. Fabiola le pide que piense en el futuro y deje de estar regalando plata: “porque una cosa es ser generosa y caritativa, y otra muy distinta pasar por boba y por alcahueta”. Pero con Nelly no hay caso: ella gasta y derrocha mientras su hermana ahorra e invierte.
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Nelly es una artista nata, con todo el oído musical y una voz privilegiada. Nunca recibió una clase de canto o afinación y perfectamente pudo haber brillado también como solista. Nació aprendida y se tiene tanta confianza que ni siquiera va a los ensayos. Nelly llega después de que Fabiola monta las canciones con los músicos, repasa una sola vez, y en los shows le salen mejor que si las hubiera ensayado.
Le gusta el aguardiente. Lo toma para "calentarse" antes de un show, cuando está alegre y también cuando quiere echarle combustible a sus despechos. Tiene épocas en que quiere vivir pegada a la botella, pero nunca llega al punto de irse contra las paredes o “enlagunarse”. Y quienes se sientan a seguirle el ritmo en la beba no entienden cómo Nelly Calle aguanta tanto trago sin emborracharse. La misma Fabiola, en las pocas ocasiones en que se anima a tomarse sus guaros, después del tercero ya está dando lora y hablando mal de los hombres.
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Haciendo el show de medianoche en el estadero “Los recuerdos”, Nelly conoce gente que dejará huella en su vida, como la mentalista que le echa las cartas y le anuncia la llegada del amor y del despecho, el nacimiento de su hija y hasta la enfermedad que se la llevará de este mundo. Nelly tiene tan en cuenta lo que pueda decirle esta señora, que incluso le consulta si el dueto debe o no grabar “La cuchilla”, una canción con una letra violenta y muy controversial para la época.
Una noche de show en “Los recuerdos”, con el candidato presidencial Belisario Betancur en primera fila y ansioso de escucharlas, se revienta un regulador de voltaje. El susto y la falta de corriente interrumpen la presentación. Apresurados, los empleados del estadero corren a resolver el problema, pero no pueden dar con él. De repente, de entre el público, sale un hombre bien parecido y se ofrece a sacarlos de la dificultad. Mientras maniobra con los cables, Nelly le pregunta sobre las causas del problema y el improvisado electricista responde que fue un corto circuito y, coqueto, le advierte que si sigue mirándolo de esa manera, a él le pasará lo mismo que al regulador de voltaje. Nelly sonríe. Logran reanudar la presentación, y durante toda la noche Nelly y el tipo intercambian miradas.
Este hombre se llama Julián. Nelly tiene 24 años cuando lo conoce y durante los próximos 28 sostendrán una conflictiva y tormentosa relación, muchas veces interrumpida y siempre amenazada por los celos obsesivos de parte de él.
Enamorada, desoyendo consejos y advertencias de doña Tulia y de Fabiola que le piden que se case por la iglesia, Nelly se va a vivir con Julián, y con él tiene a Catalina, su única hija biológica (tiene también una hija adoptiva). Pero la menor de las Calle sigue siendo tan dependiente afectivamente de su mamá y de su hermana, que apenas queda embarazada regresa a vivir con ellas con “marido” y todo, y en la casa materna se queda hasta que Catalina cumple los tres años.
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