La vida de Luis Herney se caracteriza por estar llena de buenas intenciones y promesas inconclusas. De nada sirvieron los consejos de su padre y ni las súplicas de su madre para que intentara dejar la calle y cogiera juicio. Solo hasta que a los 25 años pisó la cárcel, entendió que debía darle un giro a su vida, o por lo menos intentarlo.
Desde pequeño fue callejero y ya en la adolescencia solo iba a su casa para dormir. El colegio lo terminó porque logró comprarle los resultados de los exámenes a un profesor que tenía problemas con el juego. Nunca pensó en estudiar, sino que su vida se limitaba a vivir al día, haciendo negocios de venta de partes de carros robados, o ubicando alguna mercancía que conseguía de contrabando. Nunca un trabajo legal, nunca un horario o un salario fijo, y de paso aprovechando el hotel mamá que le evitaba tener gastos de techo y comida. Esa supervivencia diaria le forjó un carácter simpático y entrador. Un charlatán agradable que por lo general no le cae mal a nadie.
Pero esa buena vida le duró hasta que su papá se enteró de las malas amistades que frecuentaba y decidió echarlo de la casa para ver si escarmentaba y enderezaba su vida de una vez por todas. Pero al contrario, lo único que logró fue que la necesidad de dinero llevara a Luis Herney a frecuentar amistadas más peligrosas.