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Detrás de un carácter, a veces recio, otras frentero, de un sentido del humor desparpajado, rápido y único, Helenita escondía temores infantiles que se prolongaron durante toda su vida: se encerraba en cualquier closet cuando había tormenta y le huía a cualquier situación en la que hubiera sangre o posible atención médica de por medio. Era vanidosa desde sus primeros años y con el tiempo se convirtió en una especie de ícono de una moda muy suya y que terminó siendo su sello particular: fastuosos vestidos para sus presentaciones –nunca repetía uno- comprados en boutiques de Nueva York o hechos a la medida por grandes diseñadores, peinados impecables y joyas que lucía como aquello en lo que terminó erigiéndose: una reina de la música de despecho. Básicamente, Helenita vivió su vida como quiso y se resistió a terminar sus días de una manera diferente a la de una estrella. Quizás por eso nunca quiso escuchar a tiempo a sus médicos.